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LO QUE QUEDA DE UNA INTENSA EXPERIENCIA

Ruth Pérez es una de las participantes en el programa Jóvenes Solidarios 2010. Ella, junto con otros diez jóvenes, viajó hasta Niacaragua para recorrer sus comunidades, compartir experiencias con sus gentes y aprender de una visión diferente del mundo. Esto es lo que le sigue conmoviendo un año después… Es difícil expresar con palabras una […]

LO QUE QUEDA DE UNA INTENSA EXPERIENCIA

Ruth Pérez es una de las participantes en el programa Jóvenes Solidarios 2010. Ella, junto con otros diez jóvenes, viajó hasta Niacaragua para recorrer sus comunidades, compartir experiencias con sus gentes y aprender de una visión diferente del mundo. Esto es lo que le sigue conmoviendo un año después…

Es difícil expresar con palabras una experiencia como la que viví durante el verano pasado en Nicaragua, cuando las cosas se sienten tan adentro es complicado canalizar y encajar esos sentimientos en tu vida cotidiana. Sólo fueron tres semanas, pero nada ha vuelto a ser igual.

Después de un viaje lleno de problemas, aterrizamos en Managua y nos dirigimos sin perder ni un minuto a “Betania” la comunidad dónde el resto del grupo nos esperaba. Supongo que la memoria es selectiva y guarda los momentos importantes en un rinconcito para que podamos recuperarlos cada vez que nos hacen falta, porque recuerdo el instante preciso en el que me bajé de la camioneta, la cara de la persona que me ayudó, la ropa que llevaba puesta y la que llevaban mis nuevos compañeros. Recuerdo un montón de niños a mi alrededor expectantes ante la nueva visita, el olor a tierra mojada, ese olor que tantas veces estando en España me traslada a mi Nicaragua con tan solo cerrar los ojos. En ese momento, me sentí desconcertada, incluso un poco asustada, ¿qué podía aportar a toda esa gente desconocida que me recibía con tanto cariño?, ¿qué podía hacer para mejorar la situación de un país en el que la injusticia está al orden del día? Ingenua de mí, todavía no me daba cuenta de que no se trataba de cambiar el mundo, sino de cambiar mi mundo.

Fueron ellos los que me enseñaron a mí, cada persona que encontramos a lo largo de nuestra estancia, cada situación desgarradora, cada niño sin la oportunidad de jugar, de estudiar, de tener medicinas. Todos se fueron instalando en mi corazón y a día de hoy siguen ahí, recordándome que esto no se puede permitir, que se puede y se debe luchar con todas las fuerzas por un mundo más justo. No voy a volver a conformarme, ni voy a volver a pensar que yo sola no puedo cambiar las cosas, que eso es responsabilidad de otros, de los políticos, de los que tiene poder. No voy a resignarme y a defraudar a los luchadores infatigables que conocí, que compartieron su historia conmigo y despertaron en mí la ilusión de formar parte de esta lucha. En Nicaragua mi corazón se rompió en pedacitos para reconstruirse y latir con más fuerza, con la fuerza que su pueblo me transmitió, con la que vi en los ojos de Fernando Cardenal, de Indiana, de Mercedes, de Emilio, de Pancho y de tantos otros héroes anónimos que viven dedicados a llenar de luz su país.

A mi vuelta me atormentaba la idea de ser coherente con lo que había vivido y sentido, de no dejarme vencer por mi realidad, por mi egoísmo, que simplemente el tiempo jugara su papel y mi Nicaragua y todo lo que representa dejara de doler. Tenía miedo de ser débil y en unos meses recordar esta experiencia como algo intenso que viví, pero que quedó atrás. Afortunadamente, mis miedos eran infundados y mi Nicaragua duele cada día más, duele su ausencia, duele sentir que un pueblo con recursos tanto materiales como humanos tenga que soportar tanta injusticia, tantos desastres naturales y políticas poco acertadas, duele saber que hay demasiadas “Nicaraguas” repartidas por el mundo. Pero allí me enseñaron la lección más importante de mi vida, ese dolor se puede transformar en energía positiva, en esperanza, en espíritu crítico, en responsabilidad, porque mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo pequeñas cosas, puede cambiar el mundo.

No concibo hablar de esta experiencia sin hacer una mención especial a mis compañeros de viaje que en este tiempo se han convertido en grandes amigos, con ellos descubrí la esencia de un país, de sus gentes, de lo que significa ser voluntario. Ellos me han dado la fuerza para seguir con este sueño, a veces no es necesario viajar muy lejos para ver la grandeza de las personas. Ellos me hacen creer que todo es posible, que juntos podemos equilibrar las absurdas desigualdades de este planeta.