La creación de la Organización de la Unión Africana en 1963 (Unión Africana, a secas, desde 2002), institucionalizó una percepción y un deseo que llevaba años latente entre el pueblo africano: la unión de todos los países del continente para luchar en contra los efectos de la colonización.
Este organismo supranacional aboga por la unión y la solidaridad de los estados de este inmenso continente para trabajar por su desarrollo y para lograr un frente común ante las intromisiones extranjeras, sobre todo habituales a través de grandes empresas, agentes del actual ‘neocolonialismo’.
Pese a que su escaso peso política a escala internacional, el simbolismo de esta Unión Africana este extremadamente importante, sobre todo para un pueblo que, pese a vivir a lo largo de los más de 30 millones de km2 del continente, hablar decenas de lenguas y miles de dialectos, y sufrir continuos enfrentamientos tribales, comparte un sentimiento de pertenencia a un territorio por el que merece la pena trabajar.
África es la región más empobrecida de la Tierra, y también la que alberga algunos de los conflictos más largos del mundo. La sequía, el hambre, la falta de infraestructuras, la corrupción… son sólo algunos de los problemas a los que se enfrentan unos pueblos colonizados e invadidos durante décadas y después abandonados a su suerte. Sin embargo, África es también el hogar de los últimos grandes mamíferos del planeta, atesora unos paisajes imponentes e importantes riquezas minerales.
África es el lugar donde se originó la especia humana y el lugar que ahora lucha por encontrar un futuro más digno. Sus miserias contrastan con sus riquezas, y el polvo de sus carreteras y desiertos con el colorido de la sabana y de los vestidos de las mujeres que pueblan las aldeas.
Por todo esto que es África, y por lo que puede y debe llegar a ser, el mundo celebra el 25 de mayo la singularidad de esta región que busca su lugar en el escenario internacional.