Las recientes crisis ecológicas, económicas y políticas han puesto en guardia a la Humanidad. Organizaciones civiles de todo el mundo denuncian día tras día catástrofes climáticas, hambre, pobreza, desigualdad, desocupación, criminalidad, conflictos y guerras que parecen empujarnos al colapso. Asuntos que antes eran competencia de los estados escapan ahora de su control y necesitan una acción internacional. Además, retos planetarios como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, los flujos migratorios y de refugiados o las crisis energéticas y financieras reclaman soluciones colectivas y coordinadas a nivel global.
Asistimos también a un cambio en la caracterización y en la localización de los pobres. El 70% de las personas que viven en pobreza extrema se concentran en países que de renta media. Esto se explica, por una parte, por la emergencia de algunos de los países conocidos como BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que han mejorado su PIB y que cada vez tienen más influencia internacional y, por otra parte, por la creciente vulnerabilidad social en los, supuestamente, países ricos. Así, en 2015 en España rozamos los 13,5 millones de personas en riesgo de pobreza, lo que representa un 29% de la población, siendo 3 millones de personas más que en 2007.
El pasado 12 de octubre conocíamos que la Academia Sueca concedía el Nobel de Economía a Angus Deaton por “su análisis sobre el consumo, la pobreza y el bienestar”. En una de sus últimas publicaciones, este matemático y economista heterodoxo explica cómo un análisis más sofisticado de los datos económicos muestra que, mientras la mayoría de la gente del mundo se ha beneficiado del crecimiento del PIB en términos de salud y calidad de vida, hay otros muchos grupos que han perdido. Dicho de otra manera, viene a certificar académicamente lo que ya apuntaba el Informe de Desarrollo Humano de 1990, que «la expansión de la producción y la riqueza es tan solo un medio. El fin del desarrollo debe ser el bienestar humano».
Un ejemplo: según un informe de la Secretaría de protección Social y Políticas Públicas de CCOO, los presidentes de empresas del Ibex 35 cobraban en 2014, de media, 158 veces más que cualquiera de sus empleados. Pero más escandaloso es saber que mientras que estos primeros ejecutivos aumentaron sus sueldos un 81% respecto a 2013, el de los desempleados se redujo un 1.5%. Constatamos cómo el aumento de beneficios no afecta a todos por igual, es decir, mientras que los ejecutivos ven aumentar sus retribuciones, una amplia masa de trabajadores y trabajadores ven reducidos los suyos. Con los países y sus habitantes, como explicaba Deaton, ocurre exactamente lo mismo.
Las organizaciones de la sociedad civil ya nos hemos cansado de reivindicar, por activa y por pasiva, que se destine el 0,7% de la Renta Nacional Bruta a Ayuda Oficial para el Desarrollo. La cifra se propuso en la Cumbre de Río de 1992 y miles de personas salimos a la calle a reivindicarlo, plantando tiendas de campañas en las plazas y movilizando multitud de asociaciones y administraciones. 25 años después de las acampadas del 0,7% ya no nos conformamos con esa minúscula cantidad económica 7 céntimos de cada euro. Ahora volvemos a salir a la calle para exigir a nuestros gobiernos que pongan a las personas primero, que apliquen una agenda global de desarrollo sostenible que sea capaz de hacer frente a los desafíos globales.
Precisamente la interdependencia planetaria nos lleva al convencimiento de que las políticas de cada gobierno deben tender a ampliar el bienestar y la felicidad de las personas, ampliando sus opciones para que sean libres de hacer aquello que valoran. Pero con la perspectiva de que las políticas que implementan los estados afectan no sólo a la ciudadanía del propio país sino, además, a la ciudadanía de otros países e incluso al medioambiente. Es por ello que una de las reivindicaciones que toman fuerza en la nueva agenda del desarrollo es la de la «Coherencia de Políticas».
Es cierto que los problemas económicos son muy complejos. ¿Qué podemos hacer cuando nadie lo ve claro? Se diría que las soluciones escapan a la pobre inteligencia humana… Es posible, pero al menos se puede protestar, protestar con la conciencia cuando no se dispone de otra arma, protestar con la voz cuando se tiene aliento. Y en eso estamos las cientos de organizaciones de la sociedad civil que esta semana convocamos movilizaciones por toda la península, reclamando un mundo sostenible, sin pobreza, sin desigualdad. Y es que, como Paulo Coelho, pensamos que «Nadie está a salvo de las derrotas. Pero es mejor perder algunos combates en la lucha por nuestros sueños que ser derrotado sin saber siquiera por qué se está luchando».
Andrés Amayuelas, Vocal de la Coordinadora estatal de ONGD